jueves, 20 de septiembre de 2007

¿Se paraliza la construcción?

Es una pregunta de difícil respuesta a través de las opiniones de los comentaristas y medios especializados. Uno debería saber de que lado del mercado están, si son vendedores o compradores y a quienes están dirigidos los mensajes.
Los indicios ciertos que uno puede evaluar son:
La devaluación de 2002 produjo, como siempre, ganadores y perdedores. Los ganadores fueron:
1) el Estado, que pudo salir de su quiebra a través del aumento de los impuestos relacionados con los precios, - IVA-, la brutal disminución en términos reales de los mínimos no imponibles de los impuestos sobre el patrimonio, las retenciones a las exportaciones que absorven una proporción importante de las superutilidades de los exportadores y la baja del gasto en términos reales, especialmente salarios.
2) los exportadores, en especial los del sector primario, granario, que a pesar de las retenciones les queda todavía un porcentaje de utilidades relacionadas con el tipo de cambio, sumados al importante incremento de los precios externos debido a la nueva demanda de los países asiáticos y al incremento de la producción por aplicación generalizada de nuevas tecnologías y genética.
3) Los industriales productores de bienes sustitutivos de la importación, al estar protegidos por una barrera mucho más infranqueable que la arancelaria, la constituída por la sobrevaluación de las divisas.
4) Los deudores en general.
Los perdedores fueron:
1) Todos los que perciben ingresos fijos en pesos, activos y pasivos.
2) Los acreedores.
3) Los vinculados al sector no transable internacionalmente de la economía, en especial servicios.

¿Porqué el gran auge de la construcción de los años 2004 a 2006? Porque los ganadores no necesitaban invertir en sus empresas, dada la alta proporción de capacidad ociosa originada en la recesión del 2002.
Por que el control de precios, la ingerencia estatal en los negocios, la política errática en materia de comercialización externa, hasta con prohibiciones de exportar, genera aún hoy fuertes desincentivos a la inversión productiva.
¿En qué se podía invertir entonces dentro de nuestras fronteras? Naturalmente, en la construccion de viviendas, especialmente las suntuarias.
Nótese la gran diferencia con el crecimiento de la construcción en la década anterior, que estaba motorizada por el incremento de los salarios reales y la gran disponibilidad de crédito bancario.
¿Por qué puede afirmarse que este nuevo tipo de demanda no es permanente, sino circunstancial y efímero?
Porque las superutilidades se van limando día a día por el crecimiento inevitable de los costos internos. Y porque también está casi agotada la mencionada capacidad ociosa de la industria, al recuperarse los niveles de utilización de 1998, récord de producción en casi todos los sectores.
Porque el poder de compra de tenedores de dólares se reduce pari pasu con la inflación en pesos, al estar atado en esta nueva suerte de convertibilidad inversa. Los aumentos de costos en pesos se traducen a dólares inmediatamente, lo que origina el gran aumento de precio del metro cuadrado medido en dólares. ¿Hasta cuanto y cuando lo van a poder seguir convalidando?
Pero, además, se está transformando en una inversión de difícil salida, ya que el ochenta por ciento de los demandantes para uso propio están excluídos del mercado por estar relacionados a salarios en pesos y por la falta de concreción de un mercado estable de crédito hipotecario, que a su incertidumbre sobre tasas de interes internas a largo plazo suma ahora el cimbronazo de lo ocurrido en Estados Unidos.
En otras palabras, el mercado para usuarios directos, al no aumentar los salarios reales por la inflación y carecer de crédito razonable en términos de tasas a largo plazo, no debería incrementarse.
Queda entonces la construcción exclusivamente como alternativa de inversión: un inversor se lo puede vender a otro inversor. Y como quedó expuesto, o los inversores ya no ganan tanto como antes, o pueden tener otras prioridades. Naturalmente, si estos conceptos son opinables por naturaleza, mucho más dificil aún es su medición cuantitativa. Se trata de explicitar una tendencia, lo que cabe esperar.
Entonces, entran a jugar factores como facilidad de liquidación -tiempo necesario para salir de la inversión- costos impositivos y de mantenimiento. Es decir, se vé problemática la transformación de un bien de inversión en un bien de uso, como indicaría su propia naturaleza.
Cabe señalar una importante diferencia entre la inversión en propiedades como defensa contra la inflación entre lo que era por todos conocido en las décadas de los 70 y 80 y las actuales circunstancias. En aquel entonces, el tipo de cambio variaba al ritmo de la inflación: el valor de las propiedades se mantenía en dólares, y al aumentar éstos en términos de pesos, el paraguas funcionaba. Ahora, el dólar y el peso están atados a un tipo de cambio fijo, por lo que la inflación en pesos se traduce en un aumento del precio de las propiedades medido en dólares. esto se conoce mundialmente como burbuja, algo que crece y crece hasta que "el día menos pensado" cambia el humor del mercado y los precios se derrumban.
Hay un fenómeno bastante estudiado en economía que es la sobreestimación de la demanda. Los casos clásicos se refieren a consumidores de bienes raros, por ejemplo una marca de cigarillos poco difundida. El consumidor recorre 10 quioscos pidiendo sus cigarillos, todos se los piden a su proveedor....pero uno solo es el que lo podrá vender.
En este caso todos advertimos que existen "ganadores" de la hiperdevaluación. Y todos nos lanzamos a venderles departamentos, coches soñados, comidas de gran lujo, hoteles cinco estrellas, etc.etc. Y uno se pregunta: ¿habrá tantos ganadores como para que se cumplan nuestras expectativas? Si uno cree que si, asume el riesgo de que no sean tantos y venda el de al lado; si cree que no, asume el riesgo del costo de oportunidad, si se pierde un buen negocio. Pero, en general, todos actuamos en manada, salvo tipos como George Soros, y tan mal no le vá.
Eso es lo que hace tan entretenida la vida de un empresario.

lunes, 17 de septiembre de 2007

Crecimiento Económico en la Argentina: una nueva falsedad

Los diarios de estos días publican con bombos y platillos que el crecimiento del PBI en la Argentina, medido a precios constantes de 1993, fue del 8.3% durante el primer semestre de 2007. La Nación agrega que, así medido, se saca de la cuestión al tan criticado IPC (Indice de Precios al Consumidor), del Indec. Nada más alejado de la verdad. Para poder expresar una variación entre valores de producción a precios constantes, no hay otra manera que aplicar un índice de corrección entre los precios del año base, 1993, y los actuales. Y éste no es otro que el IPC. Ejemplo: si en el período base el valor de la producción fuera $1.-, y en el actual $2.-, si la inflación fuera cero, no hay duda de que el aumento del PBI sería 100%. Si la inflación fuera 100%, el crecimiento del PBI resultaría cero. Con cualquier valor que uno elija, el resultado sera siempre que cuanto mayor sea el índice de inflación, serán proporcionalmente menores las cantidades producidas ímplicitas, que es lo que mide el PBI. Todos los analistas están convencidos de que el IPC expresa la mitad o la tercera parte de la inflación real, respaldados por críticas comprobables a la metodología empleada, por ejemplo al descartar precios que no se ajusten a los acuerdos, tomar alternativas que no expresan a la mayoría de los casos, como en el recordado caso de la medicina prepaga en el que solamente el 6% de los usuarios prefirió no tener aumento de aranceles y abonar coseguros adicionales, etc. etc. El único que dice creer en el IPC es el Presidente de la Unión Industrial Argentina, para "desinteresadamente" tratar de disminuir el monto de los incrementos salariales reclamados por los trabajadores. Si esto es así, nos encontramos entonces con la novedad de que el crecimiento de la economía, justificativo habitual de todos los entuertos económicos a que nos acostumbra el Gobierno Nacional no existe, o alcanza valores ínfimos. Porque si el IPC expresa la mitad de la inflación, entonces el PBI real sería la mitad de lo anunciado, o sea 4,1%. Y si expresara, como todos sentimos en los bolsillos, un tercio de lo real, entonces el crecimiento del PBI a precios constantes resultaría apenas superior al 2%. Y esto es absolutamente coherente con la realidad que todos observamos: las góndolas de los supermercados vacías, por huelgas, falta de energía eléctrica para la producción, retención de stock ante previsible aumento de la inflación, etc. La venta de automóviles en auge mientras todavía se puedan conseguir créditos a tasa fija, pero de autos importados en su gran mayoría. La construcción parada por agotamiento de la demanda de los sectores beneficiados por la hiperdevaluación. La producción energética en disminución año tras año, por falta de precios retributivos y, consecuentemente, de las inversiones necesarias. Los sectores de servicios varios ahogados por la falta de mercaderías. Y todo asi.
La conclusión es que el resultado real de la "nueva política económica", basada en la falacia del tipo de cambio competitivo, no puede ser más pobre, si desbrozamos la información oficial de las falsedades en que se basa.
Qué lástima que la alquimia no exista.
Jorge Juan Siri
Licenciado en Economía (UBA)